Agenda porteña

28/01/2020

Denuncian que hay más robos en el cementerio de Chacarita

Los ladrones violentan las bóvedas y rompen los ataúdes en busca de anillos, relojes y otros objetos de valor

El féretro está torcido. La madera, rota. Dos floreros están encajados entre la tapa y el resto del cajón. Pudieron usarse para hacer palanca o para generar un espacio por donde pasar un brazo. En la parte de arriba, esa que en los velorios se despliega para que los asistentes puedan ver la cara del muerto, hay un agujero. Del hueco salen pedazos de metal plateado. La chapa está abierta en flor y nadie se atreve a mirar adentro. "Rompen el cajón y la capa metálica que lo recubre. Después de tanto tiempo, el cadáver tiene que estar disecado, pero igual no quiero ver", dice Gastón, que no se llama así pero prefiere ocultar su nombre. Tiene una razón: trabaja como cuidador en el sector de bóvedas del cementerio de la Chacarita. 

Es un lunes de enero al mediodía. "Cuando hace mucho calor, no necesitás acercarte a la bóveda para darte cuenta de que estuvieron abrien do y revisando cajones. Es un olor imposible".

Vestido con un ambo azul, muy parecido al que usan enfermeros o médicos, está parado en la entrada de la bóveda profanada. Gastón dice que no sabe qué buscan los ladrones.

Varios de sus compañeros creen que el objetivo es hacerse de un diente de oro, un anillo, un reloj o una joya con la que el muerto haya sido sepultado. Otros, que es pura maldad.

Gastón tiene a su cargo una sección. Son nueve manzanas llenas de bóvedas. En todo el cementerio hay 36 manzanas con estas construcciones de mármoles negros, blancos o grises; con cruces y ángeles; de estilo art noveau, gótico o racionalista.

"Antes a la gente había que avisarle que le habían robado una placa o una reja de bronce. Pero ahora, al decir que abrieron el cajón de su familiar, nos culpan. Esto nos perjudica. Perdemos trabajo", dice.

"La mayoría está así", propone Gastón y va de una bóveda a otra, a lo largo de pasillos estrechos. También cruza cuadras adoquinadas y corta camino por las diagonales de este cementerio de 95 hectáreas. Acá, el Parque Centenario entraría ocho veces.

Sesenta años atrás, en los pasillos y las calles del cementerio, las familias se reunían y pasaban el día, entre rezos y limpieza de la bóveda. Hoy todo es solitario. No hay flores frescas, ni mensajes de afecto para los que murieron. Nada.

Las bóvedas de Chacarita crecen hacia abajo a través de subsuelos, donde están los restos de familias enteras. Ahí, también hay daños. Desde hace rato se roban las rejas de bronce que están en el piso y son levantadas cada vez que un féretro nuevo entra a la bóveda. Se hacía -todavía se hace- así: dos o más sepultureros se paran en la entrada, levantan la reja para generar un hueco en el suelo y con sogas bajan el cajón. Abajo, en la profundidad de la bóveda, otro recibe el ataúd y lo ubica.

Ahora la mayoría de los cajones subterráneos están desplazados. Alguien los movió y metió sus manos adentro. En el suelo hay vasos de plástico, como si hubiese habido una reunión. "En mi sección en los últimos 10 meses ya hubo 30 profanaciones", dice Ernesto. No se llama así pero, al igual que su compañero, pide que su nombre no se publique. "Quince años atrás empezó con el bronce y el robo de las rejas. Después, siguieron las placas, candelabros y floreros. Ahora están con la profanación de tumbas", dice.

Otro cuidador suma: "Eligen cajones viejos, de las décadas del 20, 30 o 40. De la época en la que se acostumbraba enterrar al ser querido con sus pertenencias: oro, plata, relojes, un anillo o una cadenita". Por alguna razón, los cuidadores hablan en plural de los profanadores.

En Chacarita corren todo tipo de rumores y acusaciones: que son indigentes, que son desesperados, que son ladrones comunes, que son personas habituadas a tratar con cuerpos (cremadores, sepultureros, empleados de funerarias, etc.), que venden los huesos...

A media cuadra del cementerio, en la comisaría comunal 15, durante el año pasado se registraron seis denuncias.

Así lo informaron voceros de la Policía de la Ciudad a Clarín. Fueron un hurto y varios robos, algunos que no llegaron a consumarse: el 2 de julio un hombre fue detenido después de salir del cementerio con una mochila de la que asomaban crucifijos. Cuatro días más tarde, ese mismo hombre volvió a ser arrestado. Había sustraído jarrones y velas de una bóveda. En septiembre otra persona robó una lámpara de aceite antigua.

En septiembre, además, el caso de Carmen Barbieri llegó a las noticias: habían profanado la bóveda en la que descansan los restos de su abuelo, el músico Guillermo Barbieri. Después de morir en el accidente de avión junto a Carlos Gardel y otros artistas, en 1935, su cuerpo fue depositado en una bóveda de la familia Le Pera en Chacarita. Ahí entraron y robaron picaportes y las placas de bronce.

Sobre los hurtos, en la Ciudad afirman ahora que "se relocalizarán las cámaras en los accesos y se harán rondas para prevenir ilícitos".
Dos meses antes, en julio, el robo de una estatua de 450 kilos ya había concentrado atención. Era un monumento que homenajeaba a José Gregorio Rossi, el creador de la Cédula de Identidad. Debido al peso y la altura (1,80 metros) sólo se lo pudo haber sacado con una grúa o en un camión.
 

Fuente: Clarín

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