Menotti, el hombre que definió a su tiempo
A los 85 años, falleció César Luis Menotti, el primer técnico campeón del mundo con la Selección Argentina.
La entrevista era larga, de varias páginas, y el título quedó grabado en la memoria: "Hay gente que no duerme porque no tiene sueño; yo no duermo porque tengo sueños". La foto mostraba al Flaco Menotti con un libro del uruguayo Mario Benedetti, recostado con sus largas piernas recogidas sobre una cama en la concentración de Boca, equipo del que era entrenador a fines de los '80.
La imagen aspira a la eficacia de la síntesis: está el personaje pero sobre todo están las palabras. Porque Menotti fue, antes que nada, una sensibilidad expresada con fútbol y palabras.
Se puede repasar, claro, la trayectoria deportiva, con su recorrido como futbolista y luego su consagración como entrenador, con la Copa del Mundo de 1978 como el punto más alto (aunque un año después el Campeonato Mundial Juvenil de Japón, con Maradona y Ramón Díaz, representara mejor sus aspiraciones estéticas), y su paso por Huracán, Boca, River, Independiente; y el Barcelona y Atlético Madrid, en España, entre lo más importante. Ganó mucho y muy valioso, pero también perdió, como todos.
Como pocos, supo apoyarse en el deporte para construir un edificio de ideas y palabras, más que de fútbol, a partir del fútbol, para trascenderlo.
Esa condición lo acompañaba a veces hasta bordear lo risueño. En marzo de 1994 su Boca fue goleado 6-1 por Palmeiras en Brasil. Apenas se abrieron las puertas del vestuario, unos pocos periodistas se abalanzaron para exigirle explicaciones. Diez minutos después, Menotti daba cátedra de fútbol, de periodismo y de la vida en general ante el pequeño auditorio que, entre la ingenuidad y la admiración, había bajado la guardia para escucharlo.
Aquella misma noche, el testigo pudo descubrir una cara no tan visible del entrenador.
Frente a la catástrofe futbolística, en el banco de suplentes se amontonaban las voces. Hasta que se escuchó un terminante ?Acá las órdenes las doy yo?, de Menotti.
El defensor de la libertad creativa en el juego ejercía la autoridad sin timideces.
Eligió pararse en un lugar que le valió adhesiones y desconfianzas. El lugar del compromiso, la militancia futbolera y social, y cierto esnobismo intelectual que muchas veces generó sospechas de impostura.
También era capaz del regodeo altivo.
Llevaba en su carterita las notas recortadas del diario español El País, y si algún cronista se le acercaba apremiado por la necesidad de una declaración polémica, le mostraba un artículo del columnista Santiago Segurola, y lo desafiaba: "¿Por qué no intenta escribir así, pibe?". Detrás del gesto antipático aparecía la invitación a leer a otros y a discutirlos, ejercicio que lo definía igual que su amor por el fútbol.
Fue un hombre de ideas, a las que ofrecía para el debate. Para los periodistas, sus definiciones de autor eran una fábrica de títulos. Para los lectores y oyentes, un imán y una puerta a la polémica. Para centenares de futbolistas, un entrenador que marcó sus carreras.
Saboreó la mayor gloria deportiva, fue Campeón del Mundo, nada menos. Suena a recurso oportunista decir que no fue lo más importante. En el plano del registro deportivo e histórico, lo fue.
Pero Menotti puede aspirar al reconocimiento de haber sido quien con ideas y convicción pudo lo más difícil. Cambiar lo establecido en su "mundo", el fútbol argentino.
Es decir, el mayor privilegio al que pueda aspirar un hombre: haber definido su tiempo.
Por Gonzalo Abascal
Fuente: Clarín