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31/12/2024

Murió Jorge Lanata, el hombre que reinventó el periodismo

Tras padecer una larga enfermedad, falleció a los 64 años

Después de meses de malestar, de horas inciertas, de mejorías transitorias, se apagó la vida de Jorge Lanata, el hombre que reinventó el periodismo en Argentina. Admirado, discutido, sin pelos en la lengua, sin miedo a molestar (incluso a quienes lo apoyaban), a veces francotirador, muchas veces (siempre) alérgico a la corrupción de y desde el poder, Lanata creó medios, impulsó periodistas y fue parte de la farándula al mismo tiempo que se comprometía con lo que supo siempre que debía ser el periodismo. 
Mientras todo el arco periodístico (y también fuera) recuerda en estos momentos su paso por los medios (muchos de ellos inventados por él) resulta difícil circunscribirlo con pocas palabras, pero lo intentaremos sabiendo que es tarea imposible. 
Es probable que el mundo haya cambiado más que él, incluso cuando muchos se preguntaron "por qué cambió". En el fondo, Lanata fue fiel a sí mismo, de principio a fin. Si bien fue el periodista más influyente del último medio siglo en nuestro país y un tipo al que no le faltaron enemigos, aquellos que lo conocieron personalmente saben que no carecía de generosidad (incluso para los enemigos, justamente). Los icebergs, dicen, ocultan nueve décima partes debajo del agua; lo que podemos ver es esa punta, la décima parte. Por muy gigante que sea, hay mucho debajo, mucho a lo que no accedemos. Y en el periodismo argentino hemos tenido a Lanata, el único iceberg que mostró sus diez partes. 
Quienes tenemos más de cincuenta años lo recordamos como movilero de Sin anestesia (mítica emisión radiofónica de Eduardo Aliverti cuando, en los primeros años de la década del ?80, todavía era peligroso hablar), su fulgurante y disruptiva invención de Página/ 12, aquel diario que libró toda las batallas contra la corrupción y donde primaba la buena escritura, su aparición en la televisión dirigiendo un semillero del que saldría toda una generación de periodistas (sea con Día D, Hora 25, Periodismo para Todos o sus espacios en radio) y, más tarde, como un showman de la noticia. 
También como el tipo que decidió fundar un diario (Crítica de la Argentina) cuando nadie pensaba que tal cosa era viable. Además podemos recordarlo como el escritor, como el tipo con mil problemas de salud o como el de las noticias que es noticia en sí mismo. De Lanata sabemos todo y nos cambió bastante la vida. ¿En qué sentido? Cada uno sabe. 
Las últimas novedades sobre su salud, sobre su vida, no fueron las mejores: tensiones familiares, circo involuntario, mala leche a raudales. 
No hay que pensar en eso. 
Tampoco en si Lanata cambió de modo de pensar. Él mismo diría que todo el mundo cambia de opinión y seguramente utilizaría palabras altisonantes para que no volvieran a preguntarle eso. 
Pero (otra vez el iceberg) es menos lo que cambió el país de lo que cambió Lanata. El hombre que peleaba contra la corrupción e iba a fondo con cualquier negociado siguió siendo fiel a eso, siempre: un imperativo moral y ético que, alternativamente, podía tocar a quienes nos caían bien o a quienes nos caían mal. Problema de ellos y nuestro, pero el compromiso con la verdad (incluso cuando se haya equivocado más de una vez) no parece haberse quebrado nunca. 
Para bien y para mal, no solo cambió el periodismo (aunque sí, claro, era el tipo que decía en una reunión de sumario que el periodismo era contar historias, aunque no es eso, o no solo eso) sino nuestra relación con el periodismo. 
Al ir a fondo, al permitir el detalle cuando se investigaba, al no tener pelos en la lengua, al romper algunas reglas no escritas y melindrosas de la profesión, Lanata puso en pie de igualdad al lector y al que producía las noticias. 
Nos involucraba al romper la asepsia que los medios tradicionales nos habían insuflado a fuerza de una falsa objetividad formal. Para Lanata, el periodista no debía ser objetivo, debía ser ecuánime. La diferencia que separa ambos términos es enorme; quizás algo que aprendió de otro showman del periodismo al que admiraba aunque no coincidiera con él, Bernardo Neustadt. Ninguno de los dos dejó que su propia ideología lo apartase de aquel que tenía algo que decir, de ese al que había que preguntarle. 
El periodismo no es contar historias sino comunicar, pese a quien le pese, lo que es pertinente para el ciudadano del modo más (repitamos) ecuánime posible. 
Lanata lo hizo y no ocultó siquiera sus propias miserias y sus propios fracasos. Pocos en esta profesión fueron tan transparentes en ese sentido. Pocos mostraron sus vicios y sus errores como él. 
Hay algo más (y esto lo sabemos quienes tuvimos la suerte de trabajar con él): Lanata fue generoso y jamás rencoroso. Lo segundo es absolutamente indispensable para ganarse la confianza de una fuente, para conseguir un dato, para comunicar lo necesario. 
¿El gran periodista argentino? Nadie lo sabe y, por cierto, a nadie le importaría menos que a él estar en un panteón, en una placa de bronce o en un busto. Nada de eso: a pesar de sus mil defectos (el iceberg los mostraba absolutamente), lo que lo impulsaba era la pasión por el periodismo. El periodismo, nunca está de más recordarlo, es un oficio: se aprende en el hacer (aunque haya estudiado, aunque haya aprendido las herramientas a base de currículas) y es su ejercicio lo que da autoridad para decir cosas. Lanata nunca dejó de ser creíble, incluso cuando se equivocaba, porque reconocía que se equivocaba. E incluso si fue el creador del término "grieta" (muchas veces usado como excusa perezosa por políticos perezosos). La única ideología pertinente, en este caso, es ser justo con lo que se dice, aunque sea duro y ofenda. 
Los detractores pueden hacer una lista con sus errores, con sus defectos y con aquellas cosas que no le gustaban de él. El problema es que llegan tarde porque Lanata no solo la hizo sino que además pasó a otra cosa. Trabajar en un medio dirigido por él, estar cerca, siempre fue vértigo. A nadie se le exigía compromiso, simplemente lo generaba de modo tal que cualquiera que (otra vez, como el autor de estas notas) se le acercaba con timidez salía con la adrenalina altísima. 
A veces, claro, para estrellarse contra una pared. Pero si hay que meter la pata, que sea con la propia voz y de modo espectacular, porque eso también es el periodismo. 
Y sin embargo, si hoy sabemos que aquel político nos robó, que detrás de aquella sonrisa había rapiña, que hay que desconfiar de todo aquel que ejerce el poder y de que no hay santos absolutos ni pecadores irredimibles es porque Jorge nos obligó, desde los medios, a pensar incluso lo que él escribía con absoluta convicción. 
En última instancia, una sociedad verdaderamente democrática se basa en eso. No solo en el disenso sino también cuando hace falta llamar pan al pan, vino al vino y chorro la chorro. Como Bartolomé Mitre, como Natalio Botana, como Jacobo Timmerman o como Bernardo Neustadt, Lanata le dio un giro al periodismo argentino y una identidad. 
Que tomemos la decisión de reflejarnos en ella es, también, la enseñanza que nos deja 
 

Fuente: BAE

Corrientes
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