Adiós a José "Pepe" Mujica, el ex guerrillero que llegó a la presidencia de Uruguay
Murió a los 89 años por un cáncer de esófago. Integró Tupamaros en los ?70. Por una amnistía quedó libre e ingresó al Frente Amplio, con el que llegó al gobierno de su país. Fue uno de los líderes más carismáticos de la región.
La mesa impresionaba. Caótica y amplia, condensaba en su disparatada simpleza una visión del mundo: dos docenas de huevos, un casco de moto, dos termos, un cenicero con piedras, tomates y zapallitos, el libro de fotos "Criollos de América" y un modesto florero con margaritas blancas. Acodado a su madera rugosa y fecundada por el tiempo, su dueño afirmaba que había que volver a lo simple, al respeto por la palabra dada y al desorden creador.
No parecía entonces un programa de gobierno, aunque -a la distancia- luce como un inverosímil preámbulo de lo que vino después.
Aquel domingo de octubre de 2004, cuando recibió al enviado de Clarín por primera vez, José Alberto Mujica Cordano, muerto ayer a los 89 años tras sufrir un cáncer de esófago, estaba concluyendo su primer mandato como senador, en otro paso de una carrera política que lo llevaría a la presidencia de Uruguay (2010-2015). En el medio quedarían su escaño de legislador (1995-2000) y su gestión como ministro de Agricultura (2005-2008).
Idolatrado y odiado por igual, en él se resume más de medio siglo de historia política uruguaya. Asaltó bancos como guerrillero, protagonizó algunos de los años más sangrientos de su país, fue herido de muerte de seis balazos y sobrevivió como preso durante 15 años en una celda sin luz. Pero supo redimirse hasta transformarse en una de los líderes más trascendentes de la región, a partir de un puñado de premisas cuyos indicios ya asomaban en aquella mesa de su casa con techos de chapa y piso de cemento en Rincón del Cerro, en uno de los bordes mal cosidos de Montevideo.
El ex presidente Mujica nació en Paso de la Arena, una zona de calas, piedras y guitarras en los suburbios de la capital. Demetrio, el padre, fue un pequeño estanciero que terminó en la ruina. Al morir, José cursaba el tercer grado y su madre, Lucy, ayudada por su hijo, se decidió a cultivar flores y verduras. Entre los 13 y los 17, corrió en primera para el Club Ciclista Universal de Canelones. Hubo entonces un poco de fútbol y algo de estudio con la intención frustrada de ingresar a Derecho. El arte lo atraía: "¿Sabía que Pepe por aquella época tocaba el piano?", interrogó a Clarín Omar Moreira, uno de sus amigos de entonces.
Durante años, Mujica continuó entregado al campo y sus cultivos con la fidelidad austera de un jesuita en penitencia. Una vez, en un reportaje radial cuando ya era un personaje, reveló sus experiencias de botánico improvisado: "Un simple yuyito, por su color, me dice si hay nitrógeno y otro mineral necesario. Una gramínea incluso me habla por la forma que tiene. Yo observo a los trifolios de las leguminosas y advierto que buscan el mejor grado de incidencia de la luz. Hay una multitud de lenguajes que hay que oír". Contó esa misma anécdota en su primera cita con este cronista. Luego, ensimismado, cebó un mate en silencio mientras lo acariciaba con un trapito y lo secaba por debajo como una tía de barrio. "Por eso el que compra tierra nunca pierde", dijo de golpe, iluminando una idea de gobierno y, a la vez, una afición por las cosas simples pero permanentes.
La política le cambió la vida cuando su generación vio que era hora de cambiar las cosas. Junto a Raúl Sendic y otros izquierdistas fundó el Movimiento Tupamaros, que surgió a la lucha armada el 31 de julio de 1963, cuando uno de sus comandos asaltó la Sociedad de Tiro Suiza de Nueva Helvecia, en Colonia. Lo apresaron dos veces y otras tantas fugó del Penal de Punta Carretas, donde hoy funciona un shopping.
En aquellos días ilegales, vivió bajo nombres prestados simulando ser otro. Una vez fue Ulpiano, otra fue Facundo. Hasta que en 1970 alguien lo delató y, en el bar La Vía de Montevideo, una patrulla policial le atravesó el cuerpo con seis disparos. Lo balearon incluso en el suelo y le dañaron el bazo. Su último período de detención duró 13 años desde 1972.
Salió en libertad por una amnistía.
Era el año 1985.
Bajo la democracia, los Tupas aceptaron el sistema político y, en 1989, se incorporaron al Frente Amplio, fundado por el general Liber Seregni.
Tras abandonar el gabinete de Tabaré Vázquez, Mujica venció en la interna a Danilo Astori, quien devino su compañero en la carrera a la presidencia de Uruguay.
Sus adversarios le han recriminado siempre un pasado de muerte y violencia. Y lo acusaron de haber ahogado al país en su propia sangre.
Mujica, para ellos, merece la esquina más incómoda del infierno. Pero aun sus enemigos de entonces sepultaron el pasado, sumando el olvido al ejercicio sanador del perdón.
Muchos hoy en Uruguay se emocionan al recordar el abrazo del tupamaro con el ex presidente colorado Julio Sanguinetti.
"¿Se arrepiente de algo?" le preguntó Clarín en otra de las entrevistas.
"No haber sido una mejor persona. Pero lo peor es que no fuimos útiles al pueblo uruguayo para parar el golpe que se venía. Ese es el mayor fracaso de los Tupa, creo".
Después hubo en vida otros reproches más livianos: que viviera en un "sucucho", que se peleara con la gramática, que arrastrara los pantalones, que fuera un boca sucia. Pero curiosamente ese rosario de quejas es lo que atrajo a la otra vereda, aquellos que sintieron que Mujica no vendía humo, aunque se sentara en latas de querosene, comiera asado con las manos y anduviera en chancletas con medias. Viviendo de espaldas al confort y a la complacencia, Mujica afirmaba que, tanto en su casa como en su alma, era "un simple inquilino de paso con derecho al uso de cocina".
Los argentinos fuimos blanco de sus cascotazos. Como cuando calificó a los peronistas de "patoteros" y execró a su dirigencia "por haber perdido US$ 28.000 millones en la crisis del campo".
Inicialmente, Mujica estuvo cerca de los K, pero el conflicto con la papelera Botnia enfrió las relaciones.
Lamentó entonces que dos países con tanto en común estuvieran enfrentados. "Somos hijos de la misma placenta", dijo en una frase feliz en favor de una hermandad pisoteada por políticos mezquinos.
Pero más allá de sus cercanías iniciales, Mujica no era K como tampoco chavista. A Hugo Chávez le recriminó "no construir ningún socialismo sino una burocracia de empleados públicos". Y de los Kirchner se diferenciaba con el ejemplo de vida junto a su mujer, Lucía Topolansky, también guerrillera, senadora y vicepresidenta de Uruguay, a la que había conocido -como admitió una vez- en la oscuridad de un túnel de escape. Tras 40 años de pareja, viajaban al Parlamento en una motoneta abollada, vivían en una casa humilde de tres cuartos, no hicieron un negocio de la política y tampoco buscaron perpetuarse.
El trato con los empresarios fue otra de sus líneas de contraste. Como el presidente español Felipe González, sabía que no hay socialismo sin plata. "A la burguesía -le dijo al diario El Observador- yo la quiero ordeñar, no la quiero aplastar. El tipo avivado agarra la vaca lechera, la carnea, le vende los cuartos traseros al carnicero y encima se hace un buen asado. En cambio, el tipo inteligente la pastorea y la ordeña cada día. Pero la deja comer".
Ahora que Mujica ya no está, conviene mirar con humildad cómo transcurren las cosas en la otra orilla del río. El líder muerto tiene mucho que ver con el envidiable civismo de su clase política. Mientras los orientales no dejan de espantarse por el modo en que sus vecinos se fagocitan entre sí, tal vez la Argentina deba observarse en el espejo de Uruguay y su liderazgo a derecha y a izquierda: la imitación ha sido siempre una forma de aprendizaje.
El Frente, con Mujica y sus socios, mostró que se puede ganar y gobernar mediante una fuerza política sin clientelas, barones feudales o aparatos sindicales enquistados en el poder con líderes despreciables.
Como base del proceso, una agitada discusión interna que se guía por un principio elemental de sensatez: el que pierde se va y no debe buscar una reforma de la Constitución para perpetuarse.
Tan sencillo como eso.
Fuente: Clarín