Negocios y economía

22/10/2020

Con puestos que se turnan y rociadores sanitizantes, reabrió La Salada

El gran mercado informal de Lomas de Zamora empezó ayer a recibir clientes luego de siete meses; hubo poca gente, mientras los comerciantes se adecuaban a los nuevos requisitos del lugar

"Los rociadores están al mango", dijo Marcos Leguizamón, de 40 años, que salía del paseo de compras Punta Mogote, en Lomas de Zamora, cubriéndose el rostro con una mano y sosteniendo una bolsa de consorcio llena de mercadería con la otra. 

Quería protegerse los ojos. Los aspersores expulsaban con fuerza y sin pausa una mezcla de líquido sanitizante que generaba una densa cortina húmeda. En el suelo ya se había formado un charco y el hombre que tomaba la temperatura a los que ingresaban estaba totalmente empapado. 

Ayer, luego de más de siete meses, reabrió La Salada, y la manera de prevenir contagios de coronavirus no desentonó con el espíritu informal de la feria. 

La Salada está integrada por tres complejos: Urkupiña, Punta Mogote y Ocean. Todos abrieron ayer a las 7, aunque los puesteros llegaron a las 5 para poner en marcha el lugar, que estaba cerrado desde el 18 de marzo pasado. 

Lucy Giménez, de 50 años, que atiende un puesto en Punta Mogote, estaba expectante, aunque hasta el mediodía había concretado pocas ventas. Su puesto tiene número par, por eso ayer le tocaba abrir. Los comerciantes se irán alternando: un día abrirán los pares y otros, los impares. 

Así, la feria funcionará al 50% de su capacidad y solo los lunes, los miércoles y los sábados, de 7 a 13. Sin embargo, algunos comerciantes decían ayer que cerrarán a las 15. 

"Yo vendo conjuntos de corpiños y bombachas. Los seis pares están entre los 900 y los 2500 pesos. Hoy hay poca gente, está difícil. Sobre todo porque no vienen los micros desde otras provincias que traían a los clientes que más compraban. Esos se llevaban un montón de mercadería para revender en sus ciudades", señaló Giménez. 

Para separar al cliente del comerciante, al frente de cada puesto cuelga una cortina de nylon transparente. El vendedor debe permanecer dentro del local, que, muchas veces, no alcanza los dos metros de ancho y desborda de mercadería. Además, deben contar con una botella de alcohol en gel y el puestero tiene que usar el barbijo en todo momento. 

Hay puertas destinadas solo al ingreso y otras, al egreso. Se puede circular por los pasillos internos en una sola dirección para evitar aglomeraciones. 

Para eso, hay flechas pintadas en el piso. Si algún cliente caminaba a contramano, al menos ayer, los agentes de la seguridad privada le rectificaban su camino. En una de las entradas de Punta Mogote, un guardia pedía a los clientes que muestren la aplicación Cuidar para dejarlos entrar. 

Este paraíso de la economía informal se empezó a construir a principios de los 90, cuando comerciantes, en su gran mayoría de la comunidad boliviana, crearon la feria Urkupiña, en un predio donde funcionaba una pileta de agua salada. Y desde entonces creció hasta lo que fue antes de la pandemia, un universo con incontables puestos de venta, sobre todo de indumentaria. 

El 21 de junio de 2017, Jorge Castillo, máximo referente de La Salada, fue apresado junto a otras 30 personas, acusado de integrar una asociación ilícita que extorsionaba a los puesteros. Castillo tenía la aspiración de exportar el modelo de La Salada a Miami. En 2015, dio una entrevista al Financial Times, en la que dijo que la feria facturaba 20.000.000 de dólares por día. Sin embargo, un informe realizado en 2017 por la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME) estimó que La Salada recaudaba alrededor de 70.000 millones de pesos por año. 

En uno de los pasillos del complejo Urkupiña, una puestera habló con la Nación. Miraba hacia un lado y al otro, y susurraba el precio que debe pagar para vender su mercadería en este lugar. Su puesto no tiene más que un metro y medio de ancho. "Pago $40.000 por mes de alquiler más $15.000 de expensas. La seguridad se paga por semana y sale $3000. En total son $67.000 por mes, así que esperemos vender mucho. Por ahora hay poca gente", enumeró, mientras la cumbia sonaba fuerte desde un parlante pequeño que colgaba de la estructura metálica del puesto. 

"No hay mejor precio, papi", afirmó Ramón Montero, de 38 años, que ya había llenado dos bolsas enteras con ropa de mujer para luego revender online. "Yo era albañil, pero estos meses empecé a vender ropa por internet y ahora me dedico a esto. Me rinde más y no estoy todo el día de acá para allá. Es la primera vez que vengo como proveedor, antes venía como cliente. Durante la pandemia le compré la ropa a un conocido del barrio, pero ahora voy a venir seguido para La Salada, porque hay muy buenos precios para mayoristas", agregó. 
 

Fuente: La Nación

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